lunes, 5 de marzo de 2012

Irrelevantes pero significativos


             
Irrelevantes pero significativos

Otro enfoque para quienes insisten creer ser el centro del universo


Science to the People


   Si cogiéramos el conjunto de interpretaciones más o menos fiables del millar de especulaciones inscritas bajo el nombre de “Historia occidental” y, a dicho conjunto, lo valorásemos en función al rol que ha tenido la humanidad en la historia del universo. Sólo cabría decir, luego de la valoración, que a pesar de que a humanidad en el tiempo del universo sea algo así como los dos últimos minutos antes del fin del día en el que cada hora equivale a 25 mil millones de años de la edad del universo, la evolución humana no sea por esto significativa dentro del proceso. Pues, que para la historia del universo la humanidad resulte irrelevante no quiere decir que para la humanidad “la humanidad” y “el universo” lo sean. Es razonable pensar ésto. Lo es, debido a que damos por hecho que, para que la humanidad siga “conservándose”, ha de suponer la creencia que lo verdaderamente importante no es el hecho de que su conservación sea irrelevante para el desarrollo del universo, sino más bien, que lo importante es el ímpetu para permanecer en el medio sabiendo ésto.       

  Entonces, viéndolo así, si revisáramos nuevamente toda la historia narrada de occidente me aventuraría a decir que encontraríamos sólo una lógica adecuada que nos permitiría apreciar la corta historia de los hombres como algo realmente significativo. Sin embargo, para conseguirlo, antes tendríamos que quitar de todas esas narraciones la maleza de la mano autora que, sin querer, contamina la belleza evolutiva de un argumento simple aunque no precisamente sencillo. Cómo a través de los años la conducta de los hombres ha ido cambiando, y con ella el ambiente y el dominio que han tenido estos de esos entornos, según las creencias y las aspiraciones que en su momento justificaron y motivaron las acciones realizadas por la humanidad en los distintos periodos.

  En otras palabras, lo que quiero decir es que aunque el conjunto de historias narradas de occidente  sólo sean cronologías que describen los apetitos que la humanidad ha o no satisfecho a lo largo de su historia, gracias a todo el conocimiento adquirido desde su nacimiento, tales relatos tangan que quedar fuera del marco evolutivo. Pues, a efectos económicos, dicho conjunto ha permitido a las generaciones proveerse de información “útil” (no necesariamente verdadera o correcta) para que individuos, clanes y sociedades de distintas épocas se comprometiesen dogmática o convenientemente -como sea-, eso si, para su conservación, a muchos estúpidos ideales que nos narran algunas de estas historias de occidente.


 Creencias y deseos, no son más que dos estados mentales vinculados a sistemas perceptivos y neurológicos responsables de motivar la conducta de los hombres, como de toda la cadena de animales y vegetales hasta llegar a las bacterias unicelulares. Pues, por propiedad, todo organismo vivo posee la capacidad de representar, de alguna forma, el mundo que lo rodea por fines evolutivos. Teniendo en cuenta esto, intentemos imaginar cómo sería vivir en una sociedad medieval, o helénica, sabiendo de antemano que nuestras conductas están motivadas por estos dos estados mentales presentes en todos los organismos vivos. Imagínense a cuántas personas de esas sociedades habrá influido la narración de Homero o la del nuevo testamento, o bien, cuántos acontecimientos brutales típicos de esas épocas habrán sido motivados por la fidelidad que guardaban éstos al reflejo malformado del espejo hasta entonces narrado. Imagínense cuántos acontecimientos memorables, como el de Copérnico (por ejemplo), no habrían sido satisfechos si gente como él no hubiese alimentado sus deseos con los aspectos ciertamente fiables del mundo y no con la del malformado reflejo.  
    
  Bajo el vasto universo, donde la humanidad parece el residuo marrón del musgo verde pegado a las rocas costeras, hablar de “significativo” se presta con sobrada soltura a la broma de mal gusto. Sin embargo, cuando nos situamos a la escala del musgo, en la que el contexto (el medio) y nuestro organismo (el cuerpo) sostienen una relación basada en “la fortuna biológica”, lo “significativo” acaba cayendo por su propio peso. Nuestra historia, queridos lectores, se justifica gracias al resultado evolutivo de una larga “política de relaciones” bacteriana, molecular, de especies, de “ciclos terrestres”, que se dio hace mucho, mucho tiempo en el seno de un planeta óptimamente condicionado para ser el escenario del gran acontecimiento subversivo: Cómo broto la vida de la Tierra hasta llegar a nosotros. Esta es la hazaña que Hollywood debería enseñar al gran público en lugar de atontarnos con “Troya” o “Millenium”.
     
    A grandes rasgos, si en términos evolutivos la humanidad no es más que otro ser vivo con la propiedad de reproducirse y de sobrevivir en función a su adaptación al medio, y que posee la ventaja evolutiva de representar: modelar, simular o describir (de forma lógica y proposicional) al mundo. En términos prácticos, esa  predisposición biología nos hace intelectual y técnicamente capaces no sólo de conocer qué es nuestro medio deduciendo cómo funciona y actuar en él en base a lo que creemos de él, sino que además somos mentalmente capaces de ampliar el razonamiento y detectar la importancia que tiene para nosotros entender nuestras formas de vida vulgares, ordinarias, cotidianas y monótonas que nos han permitido sobrevivir hasta ahora, como especie, en el mundo.

     Es indudable que somos partícipes de un maravilloso juego biológico, químico y físico que se nos escapa de las manos. Pero es aún más indudable que poseemos la capacidad para comprender el juego e influir en él, aunque seamos el último extra que aparece en el plano de los verdaderos protagonistas del evento galáctico. Somos entidades biológicamente dotadas para comprender de forma confiable (pero falible) la estructura del mundo y poder cambiarlo. Sin embargo, lo verdaderamente interesante no radica sólo en esto sino que, más bien, en el hecho que sea esta capacidad un factor decisivo para que la humanidad haya podido adaptarse al medio y consolidar su sobrevivencia como tipo de organismo vivo durante todo este “burdo” tiempo en comparación al del universo. Qué es si no la penicilina para la humanidad vista desde la panorámica del universo.   
  
  Acaso alguno de vosotros podría negar que más allá de lo irrelevante que seamos en la historia del universo nuestro acontecer, por esto, no sea significativo. Quien lo haga estaría obviando que con sólo haber entendido lo aquí escrito podemos demostrar el carácter significativo del que hablamos. Con el hecho de haberme entendido obtengo el material suficiente para ejemplificarlo. Veámoslo.

     En estos momentos, el lector, está experimentando su entorno con una representación del mundo que ha ido sustrayendo de lo que está aquí escrito. Lógicamente, sería un error concluir que lo significativo sea que el mundo es realmente como lo he ido enunciado. Sin embargo no sería un error  pensar que producto a este escrito algo en el mundo haya cambiado y por esto concluir que, en efecto, aquello que ha cambiado posiblemente sean todos aquellos que están leyendo “leyendo” en este mismísimo momento. En el fondo, todos quienes estaban atentos a la lectura y que, posiblemente, se hayan creído que el mundo es tal y como aquí lo han leído es suficiente para confirmar que hay algo en el mundo que cambió y por defecto demostrar así lo significativo. Pues, que el hipotético cambio de creencias de un lector sea irrelevante para la historia de accidente, por ejemplo- no implica que para la vida de ese lector, dicho cambio, no sea significativo.

CONCLUSIÓN: Que el cambio en la forma de pensar de un hombre sea para la historia de occidente tan irrelevante como la evolución de las especies para la historia del universo. No quiere decir que éstos no sean significativos. Nos agrade o no, hemos de reconocer que parte de nuestra supervivencia depende de qué tanto creamos que lo son. 


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